viernes, 23 de septiembre de 2011

carta a todos mis silencios (o lo que escribí para ti pero nunca dejé que leyeras)

Hello, (I love you).

Aclaración: Esto es una carta, sí, una carta. Una carta de agradecimiento.
Sin pretender que suene remilgado, ñoño, sensiblero, cursi o pusilánime. Porque no es más que la verdad, sin adornos baratos, aliños rancios y ornamentos huecos.
Y es para ti, sí, para ti, aunque espero que nunca la leas.

Lo cierto es que no sé como empezar, porque no recuerdo cómo empezó.

Además, nunca he escrito algo para alguien en especial, con nombre y apellido. No sé dedicar, no sé regalar palabras; no sé como hacerlo porque no sabía siquiera cómo saludarte. La gente en estos casos estira al máximo la formalidad y deletrean algun gangoso "Querido tal" o "Estimado cual"...o un "Hola" más frío que iglús en primavera.

Pero así no me gusta. Lo normal no me gusta. Y menos para ti.
Así que he elegido un comienzo lo más acorde con lo que va a aparecer en las siguientes líneas, un saludo en sintonía con lo que lleva revolviéndose en mi cabeza, mi estómago y mi vida desde hace unos meses hasta aquí.
Hasta hoy.
I want to tell you, (I've always wanted to tell you).
Que cuando la casualidad me dió dos buenas patadas en el estómago para que abriese los ojos, estabas tú delante. Entonces lo supe. Mi BSO personal estaba en aleatorio pero sonó lo acertado "there's someone in my head but it's not me"... por primera vez desde que el sol se puso en un Noviembre lluvioso mi ego espachurrado y desconfiado dejó un hueco en mi cabeza para alguien más que yo, deshizo las mantas de mis pensamientos y se acurrucó junto al nuevo inquilino. El invierno artificial más largo de la historia duró medio año y aún tiritaba a diez grados cuando salí de mi letargo.

Que cuando el cielo escupió las nubes grises de Febrero y llegó un día más la normalidad a sentarse en la puerta de mi habitación, comenzó a llover.


El día más normal del mundo estuvimos en el sitio más normal del mundo, haciendo lo más normal del mundo. Y sin embargo una bandada de aves migratorias alzando el vuelo al unísono arrasó la pequeña isla desierta que con tanto recelo me había construido en mi mente, lo revolvió todo y lo cambió todo. Me entró arena en los ojos y al llorarla se derritió la venda invisible que los cegaba. En una décima de segundo Febrero pasó a Marzo, y yo pasé de página, capítulo, libro y saga.


Se acabó el invierno.


Y ahí estaba, plantada frente a un descomunal muro, sin nada más que ofrecerte que un saquito de vacío y mi enorme fosa común de sueños en negativo, flashbacks estropeados y mentiras que deberían ser ciertas. Todo junto formando el pack del desgraciado absoluto. Felicidades, ha ganado usted un pase al infierno.


No te importó, aun no lo entiendo, pero no te importó.


A pesar de todo eso, tú me arreglaste. Aceptaste el reto. Como el relojero suizo más versado cogiste el reloj oxidado y a destiempo, con cuidado, doble capa de noches reversibles, tormentas en verano e incendios de nieve, et voilá, adiós miedo, adiós vértigo.



¿Alguna vez has tenido la sensación de viajar en el cohete más veloz del universo? Yo sí.


Un viaje del que no recuerdas ni el momento exacto en el que empezó y que no tienes ni la más remota idea de hacia donde te lleva. Pero te da igual.
Porque en este rush de recuerdos sin principio ni final, en esta maldita carrera de fondo en la que no hay participantes pero sí ganadores, no existe otra cosa que no sea un segundo.

Este segundo.

Los mejores segundos, los que creas tú. Tú que me ayudas a transformarme en mí misma.

Que me has quitado el mal de altura. El mismo que ponía mi estómago del revés cada vez que miraba por encima de tu espalda y veía que el cielo empezaba a teñirse de naranja, ocre y gris, en uno de los amaneceres a contraluz más cortos de la historia.

Tú que has reconciliado a las expectativas con la realidad.

Quería escribir una tormenta, una de tantas, o una de las alegrías del incendio. La sensación de chutarte diez litros de heroína sin consumir droga alguna, solo por sentarse en un embarcadero a ver cómo flotan los reflejos en el río. Reflejos de las luces que nos guiarán a casa.

Te escribo todo esto porque es lo único que medio sé hacer. Es todo lo que nunca te dije, o quizá lo que escribí para ti pero nunca dejé que leyeras, una carta en homenaje a todos mis silencios, una frase por cada suspiro. Te presento al desfile de palabras enredadas en mi estómago, ordenadas en mi cerebro, y aplastadas en mi garganta que nunca se atrevió a bailar frente a ti.

Te escribo todo esto porque estaba harta de la literatura vacía, de las rutinarias vomitonas nocturnas de caracteres vacíos. Y porque me has hecho darme cuenta de que en el fondo, todos somos un poco love fools (incluída yo).

Aún no sé explicar toda la cadena de revoluciones que estás causando en los pequeños pueblos que viven en mi cabeza, pero intento intentarlo, y cuando sepa cómo hacerlo, te escribiré algo de verdad.

Algo que pueda leer alguien tan grande como tú.